Redacción
Ciudad de México.- En México y en muchas partes del mundo, la salud mental de los adultos enfrenta una crisis silenciosa. A diferencia del foco creciente sobre la salud emocional de niñas, niños y adolescentes, quienes transitan la adultez —sobre todo entre los 35 y los 55 años— viven un malestar que rara vez se nombra. Se sienten cansados, desconectados, emocionalmente anestesiados. No están deprimidos en términos clínicos, pero tampoco bien. Cumplen con sus responsabilidades, pero lo hacen con el piloto automático encendido. Lo que muchos describen como “funcionar”, en realidad es una forma de agotamiento existencial. La buena noticia es que ese desgaste no es irreversible: con herramientas adecuadas y un enfoque intencional, es posible cuidar —y fortalecer— la salud mental en esta etapa de la vida.
A este fenómeno se le ha prestado cada vez más atención desde el campo del bienestar integral. Investigaciones científicas han demostrado que tener un sentido claro de propósito en la vida se asocia con múltiples beneficios para la salud. Un estudio dirigido por Eric S. Kim, de la Universidad de California y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (2014), encontró que las personas con un propósito definido muestran menores niveles de inflamación celular y mayor resiliencia al estrés agudo. El propósito, en este contexto, actúa como una especie de amortiguador biológico y emocional frente a los desafíos cotidianos.
Lejos de tratarse solo de un factor subjetivo, el propósito también parece desempeñar un papel clave en la salud cognitiva. Patricia A. Boyle, neuropsicóloga del Rush Alzheimer’s Disease Center, lideró un estudio publicado en Archives of General Psychiatry (2010) que reveló un dato poderoso: las personas con un fuerte sentido de propósito tenían hasta 2.4 veces menos probabilidad de desarrollar Alzheimer o deterioro cognitivo leve. Estos resultados, replicados por investigaciones posteriores, han llevado a diversos centros de salud y educación a incluir el propósito como un eje de prevención y bienestar.
En México, algunas instituciones educativas han comenzado a traducir esta evidencia en acciones concretas. El Instituto del Propósito y Bienestar Integral ha impulsado investigaciones, certificaciones y programas académicos que integran el propósito de vida como parte de la formación. Si bien su foco está en estudiantes, su alcance se ha expandido hacia adultos que buscan reorientar sus decisiones con base en lo que verdaderamente valoran. Evidencia de esto es la recién lanzada plataforma gratuita que ayuda a descubrir el propósito de vida.
Parte del problema tiene raíces estructurales. A partir de los 30 años muchas personas entran en una lógica de cumplimiento constante. La rutina, el trabajo, las obligaciones familiares y sociales ocupan todo el espacio mental. Lo urgente desplaza a lo importante. La tecnología, aunque útil, ha intensificado esta fragmentación: pasamos de tarea en tarea, de mensaje en mensaje, sin detenernos a pensar en por qué hacemos lo que hacemos. Lo que antes era crisis de sentido ocasional, hoy se ha vuelto una desconexión crónica.
“No es lo mismo sobrevivir que vivir con sentido”, señala la Dra. Rosalinda Ballesteros, directora del Instituto del Propósito y Bienestar Integral, de Tecmilenio. “Lo que hemos visto es que cuando alguien identifica un propósito en su vida, su trayectoria cambia. No solo mejora su bienestar, también su motivación, su conexión con otros y, a largo plazo, sus resultados”.
Aunque muchos asocian el propósito con grandes metas o proyectos de vida, en realidad se trata de una conexión íntima con lo que nos mueve, con lo que da sentido a nuestras acciones diarias. Vivir con propósito no exige certezas absolutas, pero sí requiere detenerse, reflexionar y actuar con coherencia. Ese ejercicio —que puede parecer abstracto— tiene implicaciones prácticas. Según una revisión publicada en el Journal of the American College of Cardiology(Rozanski et al., 2016), las personas con un propósito fuerte presentan menor riesgo de eventos cardiovasculares, mejor función inmune y mayor esperanza de vida.
“Un aspecto significativo es ver cómo mis valores se alinean con las actividades que realizo y por qué mi trabajo es importante para el equipo con el que colaboro, para la empresa y para el cliente. Esta conexión emocional con lo que hacemos es clave para generar bienestar sostenido, más allá de la rutina o la productividad.” expresó la Dra. Ballesteros.
Para muchas y muchos adultos, recuperar esa brújula interna no implica empezar de cero, sino volver a habitar su vida con más presencia. Puede ser a través de espacios de acompañamiento, programas comunitarios o ejercicios de reflexión guiada. Lo importante es que el propósito deje de entenderse como un lujo filosófico y se reconozca como lo que es: un pilar de salud mental, bienestar social y libertad interior.
“El propósito no se encuentra. Se cultiva”, concluye la Dra. Ballesteros. Y ese cultivo —personal, constante y profundamente humano— puede ser la clave para que miles de personas vuelvan a construir, desde su propia verdad, una vida con sentido.